jueves, 27 de enero de 2011

JORDANIA.


...en la lejanía, no lo destinguía...sin embargo, al acercarme, sus formas llamaron mi atención...este castillo, enmedio del desierto...y al entrar, mi sorpresa fue mayúscula...la luz se filtraba por los ventanucos, dándole a su interior un aire de misterio...al acostumbrarse mi mirada a la oscuridad, pude ver, las bellas pinturas que decoraban los techos, las peredes... 

QUSAYR AMRA significa  El Castillo Rojo. Este apodo se debió al material con el que fue construido, piedra rojiza, que lo hacía destacar como un rubí, sobre su entorno ocre y amarillento. Fue construido entre el siglo VII y el VIII por la dinastía Omeya, la primera en ostentar el califato de la naciente cultura islámica.  Funcionaba  como villa de placer en el más puro estilo romano. Se localizaba en las afueras del núcleo urbano. Este castillo era de planta cuadrada con torreones en las esquinas, con dos pisos de altura, un patio central, una mezquita, un salón del trono, el haman -las termas- y los bayts -las dependencias para habitación-.  De este precioso conjunto, tan sólo queda en pie, la zona del haman o termas, con un frigidarium o zona de baños fría.

No sólo su importancia arquitectónica me llama la atención, sino las pinturas que adornan sus paredes, sorprendentes para la visión del espectador occidental, considerando que el arte islámico carece casi siempre de representaciones figurativas. Los Frescos de Qusayr Amra  ofrecen hoy día, una excepción de gran belleza.

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